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Datos útiles para el viaje a la provenza en 5 días:
Hacía tiempo que no realizábamos un viaje largo. Con la niña ya de 6 meses decidimos pasar fuera de casa 21 días, reservando 5 días para la Provenza francesa. Y ésta fue nuestra aventura:
La idea inicial era volar directos de Lanzarote a Toulouse, pasar 2-3 días incluyendo Carcasona (Carcassonne), y a continuación marchar a la Provenza, pero…llegamos al aeropuerto con todos los bártulos, una ilusión que nos salía por las orejas, esas orejas de Daniela que nos conteníamos para no comer, cuando ya con las tarjetas de embarque en nuestro móvil, llegamos al mostrador para facturar.
Y nos dijeron que no podíamos pasar. Para volar por Europa un bebé necesita un DNI, no como al volar dentro del territorio nacional, que con el libro de familia basta. Pecamos de padres turistas primerizos llenos de confianza por haber viajado ya unas cuantas veces con tan singular documentación que sigue estando escrita a mano.
De vuelta a casa, tragando saliva y frunciendo algo el ceño, nos pusimos a mirar por internet las maneras de llegar a La Provenza francesa desde Lanzarote para intentar aprovechar lo que ya teníamos pagado. El sonido del cajero sonó varias veces (avión, hotel y tren). No habíamos ni salido de casa y ya se nos habían esfumado varios cientos de euros. Pero la Provenza nos esperaba al día siguiente.
Habíamos elegido el pueblo de Lagnes como campamento base. Lagnes es un pueblo muy pequeño y bonito, que está muy bien ubicado dentro de Vaucluse, que era la zona que íbamos a visitar. La ruta que íbamos a hacer en estos 5 días en la Provenza con nuestro flamante coche de alquiler eran los pueblos medievales al este de Avignon, así como Arles y Saint Remy, al sur de Avignon. Terminaba el viaje con una última noche en Avignon.
Como curiosidad cinéfila, la película de Ridley Scott «Un buen año» (2006) se rodó en la prefectura de Vaucluse, con escenas en Gordes y Bonnieux. La película no pasa de ser entretenida. Pero con nuestro itinerario en mente, gana puntos al verla.
Así que en cuanto nos levantamos y desayunamos pusimos rumbo a Gordes. Gordes es un pueblo medieval espectacularmente colgado de una colina. Cuando estás llegando por la carretera, aparece de repente una imagen de postal alucinante que se estampa en tus narices y te dispara la imaginación llevándote a tiempos muy antiguos.
Antes de llegar al pueblo hay áreas de aparcamiento. Como ocurre en varios de los pueblos más bonitos, para aparcar (normalmente a las afueras) hay que pagar. En este caso el coste fue de 4 euros, que te permitían visitar el pueblo durante 4 horas, tiempo suficiente para callejear Gordes. Desde el parking, subimos una empinada cuesta hasta el pueblo.
Lo primero que se ve es el pueblo coronado por la Iglesia de San Fermín y un castillo medieval, indicador este último de que no debieron vivir muchos tiempos de paz, como así se puede confirmar googleando un poco por internet. La sangre derramada es una característica común en la historia de ésta zona de Provenza francesa.
Rodeando a la iglesia y al castillo, hay un laberinto de calles a cada cual más estrecha donde el placer de recorrerlas se agotará con el cansancio de subirlas. No es una frase hecha en un vano intento poético. Es un hecho que nos acompañó el resto del día y del viaje. No abundan pueblos medievales sin alguna cuesta empedrada que parece desafiar a la gravedad, que con un carrito relleno de una bebé de 6 meses y un sol guerrero que se impuso a las predicciones de lluvia, en algún momento nos supusieron un reto. Avisado está el lector.
Nuestra siguiente parada fue el pueblo de Roussillón, quince minutos al este en coche. Así como en Gordes te llena los ojos un pueblo colgante con unos colores grisáceos por las casas construídas en roca, en Roussillon el ocre domina la vista con todo tipo de tonos rojizos y marrones. Aquí se encuentra uno de los depósitos de ocre más grandes del mundo. Ésta gama de color lo convierte en un pueblo peculiar y muy dado a atraer no sólo turistas sino a algún que otro pintor. Aunque la iglesia Saint Michel es del siglo XI, la mayoría de casas son del siglo XVIII, y por supuesto, de color ocre.
Callejuela tras callejuela, subiendo y bajando se nos hicieron las 3, hora ya muy tardía para los franceses para comer. Pero tuvimos suerte y nos atendieron con un menú resultón y no muy caro en uno de los restaurantes que allí abundan. Para nuestra sorpresa, ni Gordes ni Roussillón tenían demasiados turistas en el mes de abril, pero eso sí, no era Semana Santa. Ah, y el parking para coches aquí te descontaba 3 euros del bolsillo; eso sí, para todo el día.
Así que nuestros cansados cuerpos nos pidieron que volviéramos a casa a descansar, que ya valía de puertos épicos dignos de un Tour de France de carritos de bebés, y que una cerveza sería una medicina ideal para reponer fuerzas. Pero claro, en casa no teníamos de nada salvo cuatro tonterías, así que ya de vuelta decidimos que íbamos a parar en L´isle-sur-la-Sorgue a comprar comida, y así de paso fisgonear a ver si merecía la pena el pueblo más grande de la zona.
Al llegar ya vimos que el pueblo tenía buena pinta. No era tan medieval, ni con cuestas, ni con calles estrechas. Los canales rodeaban el casco antiguo…vale, decidimos que íbamos a visitarlo tranquilamente cuando tuviéramos más energía que la que nos quedaba ése día. Así que hicimos unas fotos atardeciendo y compramos unos tomates con pintaza adecedaríamos con aguacate y aceite de oliva. No sabíamos que los tomates que estábamos comprando son uno de los puntos fuertes de la Provenza. Cuando los cenamos en casa…flotamos de gusto. Esos sencillos tomates fueron increíblemente de lo mejor del viaje. Qué bien dormimos esa noche.
Un día nuevo nos esperaba en una mañana ya no tan joven. Los café espresso de un desayuno casero nos supieron a gloria dado que el buen café no parece ser el fuerte de esta zona.
Llegamos a Rustrel para ver el cañón conocido como el Colorado provenzal. Aparcamos llenos de energía, así que a pesar de ver que había que recorrer un camino que parecía de caballos, nos lanzamos con el carro de Daniela y ella dentro. Hasta que lo predecible ocurrió: tras 10 ó 15 minutos caminando a buen ritmo, un gran charco con cuesta nos dijo que por ahí no pasábamos. Para colmo, 5 minutos antes el dron también se había negado a despegar debido a un rotor roto. Sin más dilación, nos dimos la vuelta para aprovechar el día en otros menesteres.
Consejo importante: para visitar el Colorado Provenzal con bebé es imprescindible la mochila de porteo (que no entendemos por qué ese día justo no la llevábamos encima). El siguiente destino que elegimos fue Lourmarin.
Llegamos a Lourmarin, un pueblo que por alguna razón refleja un toque más acicalado. A lo lejos, en las afueras se ve su famoso castillo renacentista. Lourmarin tiene las típicas calles adoquinadas que llevan a la iglesia del pueblo. Y las calles están llenas de tiendas chic que llaman la atención. Por lo visto la zona está llena de casas de millonarios y famosos.
Por supuesto, otra vez se nos hicieron las 3 y nos negaron comer en una pizzería que tenía muy buena pinta. Así que el día continuaba algo gafe (Colorado, dron, y ahora comida) y recorrimos las calles que nos faltaban buscando un sitio en el que nos dieran de comer. Acabamos en la típica sandwichería aparentemente cutre donde nos pusimos las botas por cuatro duros. El local se llamaba «Pain Garni», y si se tiene un presupuesto algo justo, es el lugar ideal. Encima tiene vistas al castillo, es tranquilo y tiene sombra.
Para rematar, no cobran por aparcar en el pueblo, por lo menos en la entrada. El día empezaba a mejorar.Comimos y sin terminar la digestión, apretamos el acelerador a Bonnieux.
Éste pueblo parece más grande que Lourmarin, tiene aún más cuestas, y no tantas tiendas chic. Su belleza nos conquistó al instant. Después del movimiento de turistas de Lourmarín, Bonnieux casi parecía un pueblo fantasma en comparación. El pueblo se encuentra en lo alto de un risco, con lo cual nos esperaban unas apetitosas cuestas.
Así hicimos lo que ya era una rutina en cada pueblo, aparcar (ésta vez gratis también), ponernos cachas a base de subir y bajar calles medievales, ver iglesias antiguas, cruzar túneles callejeros, y terminar echando una cerveza en la terraza de alguna tasca con alguna mesa en equilibrio contra la gravedad. Desde luego, el pueblo era grande y seguramente no lo vimos todo, pero de nuevo nuestras piernas cansadas y su sindicato nos exigían un respiro y una pronta vuelta a casa.
Como también descansamos bien ésa noche, nos animamos a la excursión más larga del viaje: Saint Remy y Arles, éste último a poco más de una hora de Lagnes. La zona que recorrimos el día 3 de nuestro viaje a la Provenza es recorrida completamente por una buena película: Van Gogh, a las puertas de la eternidad.
Saint Remy es un pueblo cuco con bastante movimiento de turistas. Forma parte de una ruta de Van Gogh, ya que éste pintor ingresó en el sanatorio del pueblo (Saint Paul) durante un año. Visitamos tanto el pueblo como el hospital de Saint Remy. El pueblo está lleno de restaurantes y tiendas, y curiosamente, lleno de artistas que venden sus cuadros, quizás siguiendo las huellas de Van Gogh. Allí nos quedamos pegados a la cristalera del taller del pintor checo Kamil Vojnar.
Sus pinturas tienen un punto tétrico a la vez que son tan realistas que a menudo parecen fotografías. Así que tras titubear un poco (por el precio) nos llevamos 2 pinturas pequeñas de éste pintor. Nos encantaron sus cuadros.
El pueblo de Saint Remy en sí es muy bonito, y también tiene su ración de callejuelas medievales, edificios románicos y restaurantes turísticos. Callejeamos por todo ello donde había constantes referencias a Van Gogh, cafeteamos un café que nos dejó un sabor regular, y agradecimos que no abundaran las cuestas.
Esto nos dejó fuerzas para ir al hospital de Saint Paul en las afueras del pueblo, donde Van Gogh usó la pintura como método para tratar de poner orden en su cabeza. Pintó convulsivamente casi 150 cuadros en un año, muchos de ellos los más famosos de su carrera. El jardín o bosquecillo de las afueras del hospital estaba precioso el día que llegamos.
Se podía apreciar el porqué de tanta inspiración para los artistas y no artistas que allí han residido. La razón má probable por la que ingresó Van Gogh en éste hospital fue una discusión o pelea con su amigo hasta entonces y también pintor, Gauguin. El resultado de ésta discusión fue una oreja menos pegada a la cabeza de Vicente. Alguien le recomendó este lugar. Quizás fuera el propio Gauguin.
Ésta famosa pelea tuvo lugar en Arles, donde habitaba Van Gogh en aquel entonces, y ése iba a ser nuestro siguiente destino.
De camino nos dimos cuenta de que ya se había hecho tarde para comer.Eran pasadas las 3. Todos los restaurantes que veíamos estaban cerrados. Así que desde el coche y a través de su móvil Isa encontró un restaurante en mitad de la nada. Estaba en un paisaje de lo más provenzal.
No nos figurábamos lo que íbamos a disfrutar ésa comida. El menú costaba 35 euros por barba más bebida, y parecía el típico restaurante que seguramente no nos hubieramos planteado por el sitio y precio. Pero la hora y el hambre no nos daban opción.
Nos acogieron con los brazos abiertos aún estando lleno. El restaurante se llamaba Le Relais du Castelet. El camarero hablaba bien el castellano, lo que contrastaba con nuestro oxidado francés. Y no podemos más que decir que estaba todo increíble, especialmente los platos de carne. Fue el mejor restaurante en el que comimos en la Provenza francesa. Recomendable sin duda.
Pero el vino y la copiosa comida no hizo más que ponernos otra cuesta arriba para llegar a Arles, antigua ciudad romana.
Llegando a Arles una gran muralla romana se veía ya desde el horizonte. Conforme nos acercábamos, se intuía una ciudad imponente y con mucha historia. Ésta comienza con los romanos, y su impresionante anfiteatro se va a interponer en tu camino a nada que callejees, así como otros monumentos romanos muy bien conservados.
Debido a que el río Ródano pasa por ella, Arles fue una ciudad potente económicamente hasta que se inventó el ferrocarril, el cual quitó importancia a su puerto. Así que de repente se convirtió en un sitio tan tranquilo, que atrajo a innumerables artistas buscando la paz de sus mentes.
No es tan evidentemente medieval como algunos de los pueblos que visitamos, pero también tenía palacios de ésa época esparcidos aquí y allá. Al ser una ciudad, no era tan tranquila como probablemente lo fuera en la época de Gauguin. Nos encontramos bastantes artistas callejeros, mendigos y ajetreo generalizado del que nos dimos cuenta nos habíamos olvidado literalmente entre los pueblos. Así que el ruido y el cansancio se unieron una vez más para convencernos de volver a casa y quién sabe si no ver Arles el tiempo que se merecía.
El sol entró por la ventana. El café mañanero nos espabiló y cuando abrimos los ojos del todo ya estábamos camino de L´isle Sur La Sorgue y su mercado de textiles y antigüedades. La excusa nos serviría para terminar de ver sus canales sobre el río Sorgue.
Esta pequeña ciudad y su mercado destacan por tener productos de calidad en anticuarios de nivel mundial. No lo sabíamos ese día, pero ese domingo (el mercado suele ser los sábados) era especial pues formaba parte de una Feria internacional de Arte y Antigüedades. Así que nos pusimos a caminar por sus tenderetes ejerciendo de guiris. Había mucha comida de la región, flores, ropa y como no, antigüedades.
Cada pocos pasos daban ganas de fotografiar algo de la calle. Vimos que en el pueblo abundan tiendas gourmet de chocolate, queso, anticuarios y restaurantes a cada cual más cuco que el anterior; pero había tanta gente que nos refugiamos en el café du Village que nos habían recomendado el día anterior. Allí se respiraba un ambiente más tranquilo. Nos enchufamos un café y un croissant por barba adulta, y volvimos a coger el volante a ninguna parte.
Ese lugar en ninguna parte se llamaba Menerbes. Era nuestro último día por la zona antes de ir a Avigñón. A priori, Menerbes no lo teníamos como uno de los pueblos favoritos a visitar. Pero había que despistar al cansancio acumulado con algo. Y vaya si lo despistamos, y eso que cómo no, estaba en lo alto de una colina como buen pueblo medieval.
Alucinamos con lo bonito que era; tanto, que dudamos si ponerlo como el pueblo más bonito de la ruta. Quizás fue porque no nos lo esperábamos. Quizás fue porque era el último pueblo por visitar y nos hizo el mismo efecto que te hace el oler muchas colonias, y ya no sabíamos qué veíamos. El caso es que sacamos fuerzas de ése mismo lugar, y atacamos esa colina con forma de pueblo que alguien algún día puso allí.
El pueblo es pequeño, pero tiene un algo que te hace evocar fácilmente un pasado muy lejano. Menerbes estuvo en mitad de las guerras religiosas del siglo XVI, con lo que sus adoquines han debido sangrar lo suyo. Abundan las villas impresionantes que evocan personajes con influencia añeja. Y aunque es un pueblo precioso, apenas se ve un alma viviendo allí. La media de edad de los pocos allí residentes debe ser bastante alta. Los tiempos donde artistas importantes como Picasso venían a inspirarse parecen también ya lejanos.
Como casi todos los días, se nos hizo tarde para comer en el horario francés. Así que nos fuimos de Menerbes a algún lugar de los alrededores buscando algo abierto. Con los pensamientos ya nublados y las piernas entumecidas, nos sentamos a comer una hamburguesa en alguna parte que no registramos. Había que hacer las maletas para Aviñón. Así que tras la comida volvimos a casa, nos relajamos, tratamos de hacer algún timelapse fallido para el vídeo del viaje, y nos acostamos temprano con el equipaje hecho.
Llegamos a Aviñón a mediodía, y fuimos directos al hotel Central, donde teníamos una habitación para nuestra última noche en la Provenza francesa. Éste hotel de 2 estrellas es muy recomendable porque está muy bien ubicado, es cuco, y es razonable de precio…peeeeero, no había ascensor en la zona de habitaciones que nos tocó.
Así que cuando llegamos con todos los trastos (maletas, mochilas, carro de Daniela…) y nos topamos con unas escaleras de hace probablemente 2 siglos, lo cuco que tenía el hotel se desintegró en un sudor frío. Pero nos gustaba el sitio lo suficiente como para ponernos cachas de nuevo con esos escalones. Eso sí, el carro se quedaría felizmente en un hueco del lobby. Dejamos todo (salvo el carro) en la habitación y fuimos raudos a callejear por las calles medievales de Aviñón.
Con el mapa que nos dieron en el hotel lo primero que visitamos fue el Palacio Papal. En el siglo XIV, Aviñón fue algo parecido a lo que es el Vaticano actualmente. Siete Papas de ésa época, también llamados Obispos de Roma, vivieron en el espectacular palacio que destaca en el centro de la ciudad. Allá por donde caminas ves la herencia del poder: una exhuberancia que campa a sus anchas. Las guerras en la edad media de los católicos contra los cátaros, o contra los protestantes, marcan la historia de esta ciudad y su comarca.
Daniela e Isa en el Palacio Papal de Avignon
La ciudad tiene un encanto especial aderezado por el río Ródano que rodea parte de la ciudad antigua amurallada. Desde uno de los puentes que cruza el Ródano, te puedes imaginar cuan fortín debió ser ésta ciudad para defender a los líderes de la religión católica de la época.
Pero como tantas veces en éste viaje, nuestras piernas agotadas pedían un descanso. Y encontramos el mejor café espresso de toda Provenza en el café Tulipe. No es barato, pero si se es cafetero y se visita Aviñón, es parada obligatoria. En el mismo día fuimos 2 veces, porque la verdad que el café en el resto del viaje fue bastante flojete. Y en éste café nos resarcimos con alevosía y premeditación.
Repuestas las fuerzas, fuimos a la calle de de los tintoreros (rue des teinturiers) que está marcada por el canal de Sorgue con cuatro molinos. Los molinos, que antiguamente llegaron a ser veintitrés, se utilizaban para enjuagar las telas de los tintoreros, sobre todo la apreciada seda. Esta calle fue el centro económico de la ciudad de Aviñón del siglo XIV hasta el XIX. En ella abundan los teatros, que la convierten en el centro cultural de la ciudad actual. No hay un buen teatro sin un buen café al lado para comentar la obra de turno. Efectivamente, abundan los cafés en esta calle que parece pensada para relajarse caminando a la sombra de los olmos que bordean el canal.
La Place de L´Horloge, que es la plaza del ayuntamiento, es la que parece el centro de la ciudad durante el día. El tiovivo plantado delante del ayuntamiento atrae a las familias de toda la ciudad, y claro, choca con la tranquilidad que da el paseo de la rue des teintures. Eso sí, el toque cultural de ésta plaza se lo da la ópera allí ubicada.
Así que tras muchas batallas medievales, cuestas con final de cerveza o café, montones de franceses amabilísimos (nos gustaría recalcar esto) y drones heridos en el brazo, llegamos al final de éste viaje a la Provenza que disfrutamos al máximo acompañados y liderados por una preciosa bebé de 6 meses con la que fue mucho más fácil viajar de lo que jamás pensamos.
El recuerdo de éste viaje a la Provenza es tan disfrutón que sería una pena que quedara sólo en eso, un recuerdo que se fuera como el vaho en el tiempo. Así que aquí dejamos el vídeo que dibuja nuestros pasos allá por los adoquines de esta preciosa región francesa :
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Ver comentarios
Hola, este post me ayuda mucho en la planificación de mi viaje por Provenza. Quería saber si el alojamiento lo teníais en un sitio fijo y de ahí os movíais cada día al destino de turno, o si ibais cambiando cada día. Muchas gracias por vuestra ayuda.
Hola, Beatriz. Disculpa que no te contestáramos. Durante todas las noches, menos la última, que la hicimos en Avignon, nos quedamos en un mismo pueblo. El que elegimos está cerca de L'isle-sur-la-Sorgue. Dependiendo de la tranquilidad que quieras, puedes elegir uno u otro, porque las distancias en coche que vas a hacer son parecidas. L'isle-sur-la-Sorgue por ejemplo, es más grande que el resto. Saludos y nos alegra de verdad que te hayamos servido de ayuda. Saludos!!