Nuestro destino nos esperaba al otro lado del avión. Los abuelos, un ángel de 13 meses, y nosotros dos (Isa y David) formábamos la plantilla completa para esta ansiada aventura. Nuestro objetivo era recorrer una ruta por Normandía en 7 días (y una escapadita a París).
Normandía es una de las regiones más impresionantes de Francia con una sombra de Monet siempre acechante. La dibujan 600 kilómetros de costa plagada de playas espectaculares y abruptos acantilados como los de Étretat. Tiene historia reciente en las playas preciosas donde tuvo lugar el Desembarco de Normandía, en la Segunda Guerra Mundial. Tiene pueblos y ciudades que te quitan el aliento, como Honfleur y Giverny. Y qué es Normandía sin la abadía del monte Saint Michel…
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Después de un vuelo de 4 horas Lanzarote – Orly, y un trayecto en coche de alquiler de unas dos horas, aterrizamos en Ruán la primera noche. La ciudad invita a pasearla, pero la abuela se encontraba regular. Así que el trío sin abuelos trazamos una ruta sin rumbo por las calles de la ciudad.
Allí vimos la gótica mirada de sus iglesias que imponían su más que segura influencia de antaño sobre sus antiguas calles. La “ciudad de los cien campanarios” no esconde su orgullo por poseer tantas imponentes iglesias. Así nos lo hizo saber esa noche.
Como tantas veces nos ocurriría los siguientes días, se nos hizo tarde para cenar dentro del horario local, así que recurrimos a una cadena normanda llamada Holly Molly. Estas hamburgueserías nos salvaron en más de una ocasión durante el viaje. Sirven unas hamburguesas de cierta calidad, a un precio razonable y un horario más flexible que otros restaurantes.
A la mañana siguiente nos presentaron un desayuno sin alma en un hotel de una cadena también sin alma para recorrer Ruán a la luz del día. Pero la luz de ése día era bastante gris. Y conforme avanzaba la mañana, el viento y la lluvia nos cogieron de la mano dando un toque “medievalesco”: agreste, gris, poco amable, ceñudo…
Descubrimos que esta ciudad pasó a la historia por ser donde quemaron a doña Juana de Arco. La quemaron en la plaza del mercado viejo –Vieux Marché-. Desde luego, “la ciudad de los cien campanarios” impresiona góticamente hablando. En seguida, la iglesia Saint-Macloux, rodeada de casas estilo alsaciano, llama la atención. Y su catedral, Notre Dame, protagonista en cuadros de Monet, impone.
El empedrado de sus callejuelas no hace más que añadir fuego (¿más?) a la imaginación, y es fácil imaginar calles llenas de carruajes, mercados medievales, sanadores, y todo tipo de personaje novelesco. Pero tus ojos lo único que ven son abundantes tiendas con clientela local, mercados para los mismos clientes, y restaurantes pensados para el mismo tipo de residentes. El Gran Reloj es la atracción turística más típica de la ciudad.
En cuanto a café, no podemos evitar hacer gala de nuestro pequeño vicio recomendando el café Prelude, donde tienen buen espresso con bollería francesa de calidad, y aunque no es muy espacioso, tiene una terraza que si el tiempo acompaña, invita a sentarse.
Ruán tiene turismo, pero no está perdida en ser el típico “parque de atracciones” en las que tantas otras ciudades sí caen. Todo está a mano caminando, y no se necesita más de un día para recorrer tranquilamente sus calles. Así que ese mismo día, animados por el mal tiempo, salimos de la ciudad a nuestro siguiente destino.
Deseando escapar del viento y la lluvia, pusimos rumbo hacia Etretat. Y la mala suerte quiso que el agreste clima siguiera en sus trece. Así que hubo cosas que hicimos más de pasada de lo inicialmente planeadas, como fueron la abadía de Jumieges, a la que sustituimos por una mal elegida pizzería que estaba justo en frente. La suciedad del lugar y la parquedad de la camarera daban una sensación de época de la peste. Al sonido de unos grilletes continuamos carretera hasta Etretat.
En Etretat nos recibió su espectacular costa. Está conformada por playas de arena y muros de montaña escarpada que contienen el mar en olas imposibles. Monet pintó el famoso «ojo de aguja» que se ve nada más asomarse al paseo marítimo en varios de sus cuadros. Nosotros, sin saberlo, replicamos uno de sus cuadros con nuestra cámara, como se ve en el vídeo del viaje.
Así que nos dirigimos a Yport. Aquí seguía el viento pero la lluvia parecía haber cejado en su compañía. Yport nos dio una perspectiva de la costa normanda distinta de la tantas veces fotografiada en el pueblo de Etretat. Su gran casino contrasta con las barcas de pescadores que descansan en la playa justo en frente. Con el viento y mar que nos acompañaba costaba imaginarse esas barcas faenando.
El dron seguía guardado desde el principio del viaje, y la cámara de mano apenas era posible sostenerla sin salir volando. Cenamos en el propio hotel de Bolbec, y nos acostamos rezando porque la luz y el color se adueñaran del día siguiente.
Nuestra siguiente parada era el Monte Saint Michel, pero de camino haríamos un par de paradas.
Siguiendo las indicaciones a Honfleur, atravesamos el fastuoso puente de Normandía, que llegó a ser el puente más largo del mundo en su momento (años 90). Vimos que el tiempo nos hacía un guiño, y el sol salía tímidamente a saludarnos. Así que sacamos el dron por primera vez en el viaje (sólo aguanta hasta 12-13 nudos), aunque nos tuvimos que contentar con imágenes del puente algo lejanas ya que es ilegal sacar un dron cerca de él.
Una vez en Honfleur, disfrutamos de un agradable paseo, por fin. Aparcamos en un amplio aparcamiento al aire libre junto a unos coloridos jardines y nada más bajarnos del coche nos topamos con un parque para los más pequeños. Nuestro primer ratito en Honfleur lo pasamos columpiando a Daniela.
Saciada la necesidad de juego de nuestra peque, nos recorrimos el pueblo por sus calles empedradas visitando su iglesia de madera y su bonito puerto. Aquí nos sentamos con la intención de descansar y tomar algo, pero rápido averiguamos que venden cafés y bebidas a precio de piel de oso. Así que ahí va un TIP: evitar tomar algo en el bonito puerto de Honfleur. Estaba lleno de cafeterías donde un café es más caro que un plato de pasta.
Honfleur merece la pena si te viene de camino, pero nuestra sentencia final es que ir de propio al lugar quizás no valga el desvío. Así que apuramos las 2 horas del parking y cogimos el volante a nuestro siguiente destino: Caen.
Caen es una ciudad bonita que seguramente lo fue más, ya que sufrió fatales bombardeos durante y después del desembarco de Normandía. Esos días destruyeron un 70 por ciento de la ciudad. Sobrevivieron edificios importantes como abadías, casas señoriales e incluso algún castillo que destacan en un paseo que puede terminarse en una mañana o tarde.
Caen es una ciudad universitaria (evidente por la juventud que pulula por sus calles) y era nuestro paso previo a nuestro siguiente objetivo: el monte Saint-Michel. Por cierto, Holly Molly nos volvió a salvar en Caen.
Llegamos a Mont Saint Michel cuando estaba a punto de caer la noche.
Habíamos organizado la ruta para estar en el Monte Saint Michel con la marea más alta del mes. El objetivo, era inmortalizar esta impresionante abadía reflejada en el mar como espejo, siendo una imagen muy codiciada. La marea alta ese día sería sobre las 9:30 de la mañana.
Para evitar en lo posible un madrugón, decidimos que sería buena idea reservar un hotel en el recinto privado que está pegado al Monte Saint-Michel: La Caserne. TIP: Los hoteles allí son bastante más caros que por ejemplo en la Tranchee o La Greve, poblaciones a un kilómetro más o menos de Saint Michel. Estamos hablando casi del doble de precio.
La Caserne está compuesto de unos hoteles de una decadencia setentera con cierto triste encanto. El coche no puede ir más allá de La Caserne, así que para llegar a la abadía hay que ir a pie, o pagando un bus que te lleva hasta la puerta.
Las condiciones que se dieron ese día no fueron las idóneas para captar el ansiado espejo de la abadía en el mar. El viento borraba el reflejo que las nubes apenas dejaban aparecer. Aun así sacamos el dron por segunda vez en el viaje. Nuestra conclusión es que merece la pena visitar este lugar aunque el tiempo no acompañe.
Cuando se acercaba el medio día parecía que el viento y las nubes nos iban a dar un respiro, y pusimos rumbo a nuestro siguiente destino.
Hicimos una parada para comer en Bayeux. Bayeux es conocida como la primera ciudad liberada el día D, con lo que apenas parece que la guerra destruyera algo. Es una ciudad sencilla pero coqueta que se ve en media tarde: perfecta para parar a comer. Por sus agradables calles tan pronto te encuentras con un canal, como con una imponente iglesia, o unos agradables jardines.
Después de comer nos metimos con ansia en un café recomendado en internet y que prometía mucho. Nos atendieron muy amablemente, pero el café no lo era tanto. No solemos nombrar los sitios que no nos gustan, y menos si son amables,pero si queréis buen café, evitad el rosa. No decimos más.
Tras un bonito paseo por Bayeux seguimos hacia nuestro hotel-apartamento, que se ubicaba en Ver sur mer, una pequeña población en pleno centro de la zona del desembarco de Normandía, Château Côte de Nacre. Las imágenes del sitio de reservas prometían mucho, pero dada nuestra suerte con los hoteles que habíamos contratado hasta entonces, no las teníamos todas con nosotros. La realidad superó a las fotografías.
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Cuando llegamos, más de una de nuestras mandíbulas se desencajaron, y de repente, nos sentimos como si fuéramos millonarios. Era el primer alojamiento donde nos quedaríamos más de una noche, así que elegimos un apartamento donde pudiéramos relajarnos y hacer cenas en familia. El apartamento era amplio, cómodo, y decorado con gusto. Lo único extraño era que cada habitación (eran 3) tenía un baño con ducha, pero sólo había un wáter en todo el apartamento,y al lado de la cocina.
El lugar tenía un jardín del tamaño de un pequeño pueblo con un estanque donde habitaban multitud de animales, como gansos, pavos, y patos. Daniela se lo pasó pipa mirándolos y haciendo intentos por caminar sobre el verde de los jardines. El hotel tenía muchos juegos para niños y en la habitación nos pusieron cuna con colchón y trona. Así que es un hotel muy recomendable para todos, pero especialmente para los que viajamos con niños.
El pequeño pueblo donde se encuentra este palacete cuenta con una panadería/pastelería y un pequeño supermercado así que no tuvimos problema a la hora de surtirnos para desayunar y cenar. Nos pusimos cómodos y disfrutamos de una cena casera aderezada con un buen vino francés.
Château Côte de Nacre se sitúa muy cerca (en coche) de la mayoría de sitios históricos del Día D (u operación Neptuno), que incluyen cinco playas, como la famosa Omaha, por sanguinaria ése día y por las películas (“El día más largo” y ”Salvar al soldado Ryan”, por ejemplo) así como las playas Juno, Gold, Utah y Sword. Ninguna de esas películas fueron grabadas en territorio normando.
Hay multitud de museos y cementerios conmemorando el desembarco de Normandía. Nosotros fuimos al cementerio americano, que impresiona con sus miles de cruces repartidas a lo largo y ancho de su césped, y desde el cual puedes ver la playa de Omaha. TIP: La visita es gratuita. Su página para saber los horarios y eventos aquí.
También visitamos Pointe du Hoc, que es un acantilado entre las playas de Omaha y Utah, las más sangrientas del desembarco. Los Rangers estadounidenses consiguieron “conquistar” este importante punto estratégico.
Las vistas al mar desde el alto donde se ubica pointe du Hoc son dignas de ver para el turista, y probablemente eso explique su importancia estratégica en la batalla. Aún se pueden ver zanjas, cráteres por las bombas de los Aliados,y bunkers que puedes entrar a cotillear. TIP: La entrada es gratuita y merece la pena la visita. Web para horarios e información aquí.
Estábamos tan a gustito en nuestro apartamento en aquel castillo que parecía sacado de película, que nos costó despedirnos de él. Dedicamos la mañana a simplemente disfrutarlo. Pero aún nos quedaba parte de nuestra ruta por Normandía y ¡había que moverse! Después de dos noches por la zona de las playas del desembarco, donde también habíamos visitado poblaciones como Bayeux y Caen, nos dirigimos a Giverny.
El trayecto que teníamos por delante era largo: unas 3 horas. Así que decidimos hacer una parada en Deauville, una localidad costera que puso de moda un tal Napoleón entre la más alta aristocracia de Francia. Más tarde, fue sitio favorito de la jetset de Hollywood. A finales del s. XIX y principios del XX se construyeron casas y palacios, un casino y un hipódromo que hicieron de esta localidad el destino vacacional preferido de la burguesía parisina, de las estrellas de cine,y de los amantes de las carreras de caballos.
Amanecimos muy cerca de Giverny en un hotel no digno de nombrar. Tenía aires de motel de carretera de la costa oeste de EEUU, pero ningún encanto, mal servicio y pésima limpieza. Y su desayuno no desentonó. Así que escapamos nada más desayunar a nuestra visita del día: la casa de Monet, en Giverny.
A lo largo del viaje, sin ser esa nuestra intención, habíamos seguido las huellas que dejó Monet. La Catedral de Ruán fue inmortalizada en varios cuadros del artista. También en Yport, Etretat, la famosa imagen del “ojo de aguja” de sus acantilados. Así terminamos en la casa del pintor paseando en su increíble jardín.
Este jardín lo diseñó él en conjunto con siete jardineros. Fue su fuente de inspiración en muchos de sus cuadros. De hecho, llegó a pintar el puente japonés 45 veces. La casa en sí ya es digna de visitar, donde puedes ver que es un lugar espacioso y pensado para relajarse a esperar que la inspiración llegue.
El jardín se divide en 2 secciones. Una es un jardín de flores puro y duro sin un claro orden (por lo visto así lo quería Monet para conseguir distintos ángulos y percepciones, seguramente pensando en sus futuros cuadros). Otra es el estanque de inspiración japonesa. A pesar del continuo ir y venir de turistas como nosotros, la sensación es de remanso de paz. Además, el espectáculo de colores parecía llamar la atención de la pequeña Daniela, que se quedaba embobada mirándolo todo.
La visita no es gratuita, pero es muy recomendable. Como curiosidad cinéfila, el jardín de las ninfeas aparece en la película de Woody Allen “Midnight in Paris”, que os recomendamos. A diferencia de las películas sobre el desembarco de Normandía nombradas, esta peli sí está rodada en localizaciones reales, principalmente en París, nuestro siguiente destino.
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